Nos recoge Michele a las 9 de la mañana. Hace ya dos horas que desayunamos, y que los brigadistas del turno de la mañana entraron a la zona roja. Se une a nuestra pequeña comitiva Diana Bagnoli, una fotógrafa profesional de la revista National Geographic. Pero nos dividimos: René, el epidemiólogo, sigue con ella hacia el Dormitorio del Gruppo Abele para mujeres “en situación de calle”. Hoy les están aplicando la prueba del tampón a todas sus inquilinas, por primera vez. Michele, José Luis y yo seguimos hasta el Parque Dora (la antigua Fundición de Acero) donde se inaugura un mural dedicado a la solidaridad médica cubana, cuyos primeros brochazos vimos dar, de forma casual, en una visita anterior. Estos muchachos, algunos muy jóvenes, militan en organizaciones radicales: la Red de los Comunistas, y las juveniles de Noi Restiamo (estudiantes universitarios) y OSA (Opposizione Studentesca D’Alternativa, de enseñanza media). Todos llevan pulóveres negros. Están formados en silencio, inmóviles por unos minutos frente al mural, y sostienen las banderolas de las tres organizaciones, la bandera cubana y carteles que se alternan con dos mensajes: “Rompere il bloqueo” y “Nobel per la Pace alla Brigata Henry Reeve”. Tengo el encargo de decir algunas palabras de agradecimiento a nombre de la Brigada cubana. Después hablan representantes de los organizadores, y se vinculan al Capítulo italiano de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad.  Al finalizar el acto, que ha sido trasmitido en vivo por las redes, conversamos. El mural es hermoso: además de la bandera cubana y la del 26 de Julio, hay rostros de médicos con sus nasobucos. En el centro: Fidel. Arriba, de un lado al otro la frase “Médicos y no bombas”. Abajo, más pequeño: “Patria é Umanitá” y “Grazie Cuba”.

El ambiente en estos días es confuso. En el hospital trabajan médicos italianos con experiencia, pero también unos diez jóvenes, con uno o dos años de graduados. Firmaron un contrato por dos meses que vence esta semana, y no hay indicios de que será renovado. “De hecho no tenemos distribuidos los turnos de la semana que viene”, me dice Humberto, de 25 años, que habla español, porque la práctica docente la realizó en España. “Si no renuevan el contrato la mayoría de nosotros intentará pasar el examen que nos permite iniciar los estudios de especialidad y tendremos que quedarnos en casa para estudiar” –la que habla ahora es Paula, de la misma edad, que viene de Lecce, en el Sur de Italia. “Ese examen –continúa–, que usualmente es en julio (no sabemos qué pasará este año) lo aprueba uno de cada dos estudiantes, hay muy pocas plazas para muchas personas. Y si no tienes una especialidad, usualmente aquí encuentras solo trabajos provisionales, sustituyendo a alguien en la estructura privada o en laboratorios de sangre, y no es lo que queremos”. Me intereso por saber cómo transcurre la relación con los médicos cubanos. “Agradezco lo que hacen –dice rápidamente Paula–, porque lo necesitamos de verdad. Nosotros somos muy jóvenes, y tener a especialistas como ellos con experiencia, sobre todo en urgencias, nos da mucha confianza”. “Al inicio la dificultad mayor era con el idioma –considera Humberto–, pero después me percaté, especialmente en el caso del doctor Abel Tobías, que sin hablar (aunque ahora hablan más), pero sin hablar, solo con las manos, hablando con el cuerpo, trasmiten humanidad al paciente. No sabes cuánto lo agradecen ellos en los mensajes que dejan al salir.”. Federico, de 33 años, y dos y medio de experiencia, jugador de béisbol, apunta: “El trabajo aquí es muy estresante, vestidos con esos trajes que dan mucho calor, los pacientes que se quejan, porque no están en su casa…, pero trabajar con gente de tanta experiencia y humildad nos inspira coraje”. “Ustedes trabajan con alegría, y eso es importante”, añade Paula, la que viene del Sur, y ríe: “Quiero destacar la labor de los epidemiólogos René y Adrián, porque tienen una paciencia tremenda, sobre todo conmigo”. “Cada uno respeta su trabajo –explica Humberto–. Desde el dermatólogo hasta el epidemiólogo, cada uno sabe lo que tiene que hacer y los demás lo respetan por eso. El Árbol afuera, con sus cintas blancas es la demostración de que funciona, ¿no?”. Pero Paula lo resume todo así: “Yo he aprendido más en esta experiencia que en cualquier otra anterior durante mis años de estudios”.

Por REDH-Cuba

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