La Plaza es pequeña, pero quizás lo parezca más por la altura de su Iglesia. El conjunto es hermoso. Casi en la esquina de la acera opuesta a la monumental iglesia, está la Alcaldía. En un pequeño balcón cuelga una bandera cubana. Hay otro más amplio al lado, con tres astas, y en cada una de ellas, las banderas de la Unión Europea, la de Italia y la del Municipio. Falta quizás una cuarta, que no existe: los seres humanos debiéramos tener una bandera común para todos. Pero la pared contiene otros mensajes: uno permanente, la constancia en mármol de que Giuseppe Garibaldi, el paladín de la independencia y de la unidad de Italia, se dirigió a su pueblo desde ese balcón el 10 de abril de 1862; más abajo, otro circunstancial, un cartel con un dibujo de José Martí que reproduce su frase ejemplar: “Patria es Humanidad”. Precisamente Martí había escrito del italiano (que en 1850 estuvo unos días en La Habana): «(…) De una patria, como de una madre, nacen los hombres: la Libertad, patria humana, tuvo un hijo, y fue Garibaldi…».

En la plaza están formados a una distancia prudencial uno del otro los 52 médicos y enfermeros de la Brigada cubana Henry Reeve. Llevan todos un pulóver con una leyenda: “Me dicen Cuba”. Es una marca que significa solidaridad.

Detrás de una valla, al final de la plaza, se aglomeran los agradecidos, con banderas cubanas y carteles hechos a mano. Entonces se produce una acción inesperada: algunos médicos rompen la fila y se acercan a la valla. Rescatan a una mujer tímida que observa desde allí. La trae de la mano un brigadista y los demás empiezan a aplaudir. Ahora está en la fila. Llora. Es una enfermera cubana que vive en Crema desde hace 20 años, y que trabajó de manera voluntaria junto a la Brigada en la zona roja del hospital de campaña. Su nombre es Ailed. Pero si está en la fila, su nombre también es Cuba. Al niño van a buscarlo, porque estaba invitado. Lo han traído sus padres. Es el niño de la bandera. Se deja retratar, sonríe, devuelve el saludo, intuye que su gesto lo ha convertido en símbolo. Y parece asumir esa responsabilidad con aplomo. Han llegado unos cuarenta alcaldes de los municipios que el hospital de Crema atiende. Todos llevan la banda tricolor. Uno tiene la camisa desabrochada, y abajo, un pulóver con la bandera cubana.

Suenan las notas del Himno Nacional de Cuba, y lo cantamos todos, pero un nudo me amarra la voz. Después, viene el de Italia. Se suceden los oradores, el Secretario de Salud de la Región, el Prefecto, el Cura, la Alcaldesa… Me detengo en ella. Esa mujer menuda, toda nervio y corazón, le da un vuelco al discurso y lo sitúa en contexto: “lo que han hecho los cubanos, llegando del exterior, como ‘extranjeros’ (…) demuestra que la única forma de actuar [ante cualquier extranjero] es acogerlo, comportarnos como hermanos (…) Nadie debe ser extranjero en Crema, a partir de ahora tendremos un argumento decisivo”. Irma Dioli, presidenta de la Asociación de Amistad Italia Cuba, la convierte en miembro de honor de la organización. Nuestro Embajador saluda y reconoce la labor de los médicos y enfermeros italianos que compartieron la angustia y el empeño de salvar vidas. De repente, las campanas de la Iglesia empiezan a tañer; todos lo sienten como un homenaje involuntario a la solidaridad de Cuba. Los cubanos reciben placas y diplomas de reconocimiento, un medallón con las banderas de Italia y Cuba, pero sobre todo, aplausos, aplausos, y agradecimientos sinceros.

Veo rostros conocidos. Hay dos viejos amigos, estuvieron en el ébola. Leonardo, el mayor, cree que esta es su última misión, tiene 67 años, pero no sabe: “si me necesitaran…”, agrega quedo. Graciliano de 64 años, me mira sonriente. Alrededor hay jóvenes, para algunos fue su primera vez. Maykel Pons, de 34 años, resume así su visión sobre los más experimentados: “La relación ha sido magnífica. No le miento: inicialmente teníamos un poco de temor, pero hemos recibido de ellos mucho apoyo, y la experiencia de sus misiones anteriores, sobre todo del ébola. El comportamiento de los más viejos ha sido un estímulo para nosotros, y hoy somos uno solo: no tenemos ni cinco ni diez años de experiencia, fuimos todos el mismo hombre, trabajando en el mismo frente”. Hay relevo. Se “apagan” las luces. Ha terminado el acto. Se cierra oficialmente la misión en Crema, en la Región de Lombardía, la primera en Italia y en Europa.

Por REDH-Cuba

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