Trataré, en lo adelante, de no ponerme meloso, ni melodramático, pero ya saben, empiezan las despedidas, y los momentos alegres se confunden con los tristes. Hoy festejamos, como suele hacerse en el Hospital, el cumpleaños de dos amigas italianas: la doctora Paola, que arriba a sus 26 años, y la auxiliar de enfermería Carla, que celebra su número 52. El cartel que prepararon hace notar la diferencia de edades de manera sutil: 26 + 26. Las dos han sido grandes amigas de los cubanos. Pero los festejos en estos días no pueden ocultar el hecho de que nos despedimos, de que cada encuentro puede ser el último. No solo nosotros nos vamos, el Hospital cierra la semana próxima, y todos, de una manera u otra se van. Los más jóvenes, sin trabajo, con la esperanza de aprobar los exámenes de ingreso para las becas de especialidades, y de ser seleccionados, porque este año redujeron drásticamente las plazas. Paola, que ha aprendido más español que nosotros italiano, no quiso esta vez darme alguna “declaración” grabada. Me dijo: “no puedo, estoy emocionada”, me miró con los ojos llenos de lágrimas y me abrazó. En una ocasión anterior me había dicho: “Ustedes trabajan con alegría, y eso es importante. Yo he aprendido más en esta experiencia que en cualquier otra anterior durante mis años de estudios”. Carla también lloró, en una esquina, sin que muchos la vieran. Las despedidas son tristes, pero si lo son, es porque las personas han creado lazos. El doctor Sergio Livigni, director del Hospital, me pidió que le autografiara mi libro sobre la experiencia cubana frente al ébola en África, que había comprado en su edición inglesa por Internet. Al final, escribí: que la amistad sobreviva al virus.