Conocí a Arturo Corcuera (Salaverry, 1935 – Lima 2017), en la vieja Casona de San Marcos, entre poemas y canciones que la comunidad sanmarquina celebraba entre fulgurantes  mítines y marchas estudiantiles.Y nuestra amistad se afianzó en las esquinas y parques de Lince. Eran los años 60′. Años con aromas del triunfante verde olivo y de su inolvidable y aguerrido «Platero». Y fuimos compañeros en innumerables festivales de poesía tanto en nuestro país como en el extranjero.

Hoy lo despedimos entre mítines y marchas y escuchando las resonancias de las arengas del magisterio nacional. Pareciera que no hubiese cambiado nada en 50 años de la historia de nuestro país.¡Pero ha cambiado! Hoy somos otros, sin dejar de ser los mismos.

Poesía de clase la de Arturo Corcuera. Él era un artesano de la palabra. Un orfebre que amorosamente pulía las palabras para que deslumbren y conmuevan eternamente. Su discurso poético está lleno de magia, fantasía, sabiduría y humor. La retórica clásica no tenía secretos para él. Mucho menos las formas discursivas contemporáneas. Su «Noé delirante», por la gracia y sabiduría de sus versos es una obra maestra de nuestro idioma.

El rigor y creatividad con que se inclinó sobre la página en blanco, hacen de su obra lírica un ejemplo de las bondades líricas de la poesía hispanoamericana y la consecuencia de su militancia social un abanderado de nuestras luchas por la belleza, la paz y la libertad.

Por REDH-Cuba

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