En la celebración de la Plaza Dignidad por la enorme victoria popular chilena en el plebiscito del 25 de octubre, la multitud enarbolaba dos grandes banderas muy simbólicas. Una, la del discriminado, reprimido y combativo pueblo mapuche, adoptada como propia por la rebelión social que justamente acaba de cumplir un año. La otra era una bandera negra en que quienes hoy luchan por un cambio radical de la sociedad chilena, entre ellos muchos jóvenes de ambos sexos, interpelaban al dictador Augusto Pinochet: Borrar tu legado será nuestro legado. Y es que la llamada transición chilena se ha llevado a cabo bajo la égida de la Constitución pinochetista. Por más que los partidos de derecha y los de la Concertación –no tiene nada de izquierda– argumenten que le han hecho cambios, éstos fueron eminentemente cosméticos, referidos a la democracia formal y procedimental. En resumidas cuentas, entre ese cuerpo legal y el también pinochetista Tribunal Constitucional, más la falta de voluntad política de esos partidos, se han erigido en obstáculos formidables para impedir que prosperara cualquier reforma que hiciera mella al modelo neoliberal. Es el caso, por ejemplo, de las reformas a la educación prometidas en campaña por la presidenta Michelle Bachelet ante el enérgico reclamo de los grandes movimientos estudiantiles de 2006 y 2011, convertidas en nada. No dio respuesta satisfactoria a ninguna de las demandas fundamentales de estudiantes y docentes. La educación gratuita como derecho no se logró, pues el armatoste legal pinochetista no reconoce derechos sociales, sino libertades. Usted tiene la libertad de escoger a qué escuela manda a sus hijos y el Estado no tiene responsabilidad alguna en ello. Tiene también la libertad de escoger a qué universidad asiste. Eso sí, el considerable endeudamiento en que incurrirá a lo largo de los estudios, a menos que sea pudiente, corre por su cuenta. El Estado es subsidiario y no tiene que ver con eso. Ni el agua es un derecho en Chile, sino un bien para ser comercializado.

Lo que explica el valor y la trascendencia de las extraordinarias batallas que están librando los chilenos y chilenas es que el modelo neoliberal, aplicado a sangre y fuego y vendido como un gran éxito a los cuatro vientos, lo que hizo fue convertir a Chile en uno de los países más desiguales del planeta. Extrema concentración de la riqueza, bajos salarios; paupérrimas pensiones basadas en el ahorro individual de los trabajadores que ha sido empleado, en el colmo del descaro, para financiar a los grandes grupos económicos. No existencia de derechos sindicales ni de educación y salud públicas, con un déficit importante de vivienda, además de una de las poblaciones más endeudadas del planeta. Y todo esto sin que los usufructuarios del sistema y sus empleados tuvieran –ni tengan– conciencia de las precarias condiciones de vida del pueblo. Es antológico lo expresado por el ex ministro de salud Mañalich, quien, a propósito del avance de la pandemia en uno de los países con más contagiados y fallecidos respecto a su población, confesó su asombro ante el hacinamiento en que viven los sectores populares.

Dice mucho el dato de que en el plebiscito del 25 de octubre sólo cinco de 345 comunas (municipios) de Chile hayan votado a favor de mantener la Constitución pinochetista. Coincide que en tres de ellos –Vitacura, Los Condes y Lo Barnechea– viven muchos de los ricos. Más claro no puede ser el mensaje de que en estas urbanizaciones muchos desean mantener el estatus quo neoliberal, autoritario y patriarcal. De la misma manera que los partidos políticos de la derecha y la Concertación ya se preparan para apoderarse de esta victoria y, tal como hicieron después del plebiscito del no a Pinochet, en 1988, secuestrar lo que ha sido fruto únicamente del batallar del pueblo, por lo menos desde los movimientos estudiantiles de los 2000 y, muy en especial desde octubre del año pasado, cuando estalló la rebelión con los secundarios saltándose los torniquetes del Metro. Una vez que se tuvo el resultado del plebiscito, el presidente Sebastián Piñera salió con un discurso en que parecía el gestor del apruebo y de la Asamblea Constituyente ciudadana y paritaria (mitad hombres, mitad mujeres) cuando su gobierno no se ha cansado de reprimir a los manifestantes y varios de sus ministros y los partidos de derecha se han pronunciado por el rechazo. Viene una pelea muy dura por hacer de la Asamblea Constituyente un ente verdaderamente autónomo y representativo de la pluralidad y diversidad de la sociedad chilena y no de la ínfima élite que rige el país desde hace más de 30 años, sin contar los que como Piñera se enriquecieron antes, a la sombra de la dictadura. Los partidos políticos del sistema, en contra de la opinión del Partido Comunista y el Frente Amplio, pusieron duros candados para impedir que se constituyera y funcionara un órgano constituyente ciudadano. Todo ello deberá ser enfrentado y vencido por la potente rebelión popular.

Fuente: La Jornada

Por REDH-Cuba

Shares