En «Del Bolívar de Karl Marx al marxismo bolivariano del siglo XXI, Néstor Kohan expresa: «En el horizonte del siglo XXI vuelve a aparecer el antiguo pero nuevo proyecto integrador de todas las formas de lucha convergiendo en el sueño rebelde de la Patria Grande, una sola gran nación latinoamericana, una revolución socialista a escala continental y mundial. Un proyecto radical cuya nueva racionalidad histórica aspira a sembrar la diversidad multicolor de voces, luchas y rebeldías dentro de un suelo común de hegemonía socialista, antiimperialista y anticapitalista. No es cierto que “desapareció el sujeto”.

¡No! El sujeto vuelve y retorna multiplicado con mucha más fuerza (y menos ingenuidad) que antes. Dejando atrás el cinismo del doble discurso, el macartismo, la razón de Estado, la demonización y el delgado límite de las protestas “permitidas” (siempre restringidas a tímidas reformas de guetto, fagocitables dentro de las instituciones del sistema); el ejemplo insumiso de Bolívar nos invita a recuperar la vocación de poder —trágicamente “olvidada” o denostada por los nuevos reformismos—, la ética inflexible y la rebeldía indomesticable de los viejos comuneros, los bolcheviques, los combatientes libertarios y comunistas, los partisanos, los maquis, los guerrilleros insurgentes y todos los luchadores y luchadoras del tercer mundo». Todo lo cual le otorga a las luchas políticas y sociales de nuestros pueblos un hilo de continuidad histórico como, quizás, no se ha visto y vivido en otros continentes. Y es esto, precisamente, lo que le da vigencia a lo hecho y dicho por Bolívar, a pesar de los esfuerzos por convertirlo en algo mítico e indigerible.

Con Bolívar, el Libertador, emerge en medio del fragor de la guerra -cuando todavía no se tenía la certeza de alcanzar en un corto tiempo la independencia anhelada-  la concepción de la unidad hispanoamericana, algo a lo cual le concede una importancia vital frente a las pretensiones de reconquista de España y sus aliados de la Santa Alianza, sin descartar pretensiones similares del coloso que se constituía al norte, Estados Unidos. Lo que ya adelantara en su Carta de Jamaica, en 1815, se convirtió -gracias a las armas- en una realidad geopolítica al fijarse la unificación de los territorios de Nueva Granada y Venezuela bajo un solo Estado, Colombia.

Con un propósito de mayor envergadura realizó la convocatoria de un Congreso de Plenipotenciarios en Panamá en 1822, del cual estarían excluidos Estados Unidos, Haití y Brasil por no tener un mismo origen, una misma lengua y unos mismos intereses que las antiguas posesiones de España en el continente, «a fin de entrar en un pacto de unión, liga y confederación perpetua». Sin embargo, no pasará mucho tiempo para que los poderosos intereses creados durante la era colonial por los grupos dominantes se interpusieran y malograran tal cometido, ahítos de localismos o regionalismos con que identificaron lo que sería en adelante la patria. A ésto se unió el interés expansionista de los anglosajones del Norte y la ambición comercial del imperio británico, quienes se afanaron en sabotear cualquiera tentativa integracionista y autonomista pudiera tener éxito, ya con Bolívar u otro líder revolucionario que siguiera su ejemplo.

En su más famosa obra, Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano nos recuerda -en 1971- que «ya  Bolívar había afirmado, certera profecía, que los Estados Unidos parecían destinados por la Providencia para plagar América de miserias en nombre de la libertad. No han de ser la General Motors y la IBM las que tendrán la gentileza de levantar, en lugar de nosotros, las viejas banderas de unidad y emancipación caídas en la pelea, ni han de ser los traidores contemporáneos quienes realicen,  hoy, la redención de los héroes ayer traicionados. Es mucha la podredumbre para arrojar al fondo del mar en el camino de la reconstrucción de América Latina. Los despojados, los humillados, los malditos tienen, ellos sí, en sus manos, la tarea. La causa nacional latinoamericana es, ante todo, una causa social: para que América Latina pueda nacer de nuevo, habrá que empezar por derribar a sus dueños, país por país.

Se abren tiempos de rebelión y de cambio. Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres». Dejando de lado lo que podría calificarse de idealismo discursivo, no es nada desatinado creer en la posibilidad cierta que el legado insumiso de Simón Bolívar se haga una realidad. Muchos elementos contribuyen a verla aunque ésta no sea una cuestión inmediata o del modo como lo anticipara El Libertador. En correspondencia con ésto, los pueblos de nuestra América han librado una diversidad de luchas y han aportado experiencias que marcan una nueva definición de lo que sería la democracia en su nivel más profundo y participativo, al contrario de la concepción excluyente de los sectores minoritarios que controlan el poder; además de entender que sus luchas locales debieran enlazarse con aquellas que tienen lugar a lo largo del continente, de modo que puedan sacudirse el dominio tutelar del imperio gringo que les coarta su soberanía y desarrollo.

Hay una tarea común pendiente que parte del análisis objetivo de todos los factores históricos y sociales que nos compete realizar en la época presente. Es obvio que, ante el advenimiento de un mundo  controlado por los intereses y la lógica del capitalismo neoliberal, al que se subordinaría la espiritualidad y toda actividad humana, se recurra al pensamiento emancipatorio de figuras históricas de gran renombre, más aún cuando su legado mantiene una vigencia tal que resulta imposible soslayarla.

En medio de la unipolaridad militar (representada por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN) y la multipolaridad económica (representada, principalmente, por China y Rusia), presentes en nuestra realidad actual, Bolívar nos ofrece una alternativa factible, ajustada a nuestra idiosincrasia y a nuestras potencialidades. Ella, como fue su objetivo hace doscientos años, nos conduce a una emancipación integral, siendo sus bases fundamentales la soberanía de cada uno de nuestros países y el ejercicio autónomo, protagónico y participativo de la democracia por parte de nuestros pueblos; liberados de cualquier tutelaje imperial y siendo dueños, finalmente, de su propio destino.

Fuente: ALAI

Por REDH-Cuba

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