El gobierno y el pueblo de Venezuela son, en este duro tiempo de avance imperial en Nuestra América, la muralla que se levanta en medio de una guerra contrainsurgente de baja intensidad y de cuarta generación, de extrema violencia.

Es precisamente de cuarta generación la más brutal guerra mediática que estamos viviendo en nuestra región, en el golpismo del Siglo XXI y en el diseño de la potencia imperial Estados Unidos, de llevar adelante su plan geoestratégico de recolonización de nuestra América. Se equivocan los que piensan que este es sólo un retorno conservador o neoliberal. Es un avance colonizador, porque la decisión de Estados Unidos es tomar el control total de su llamado “patio trasero”, a partir de la aparición de nuevas potencias que han cortado de un solo tajo el unilateralismo con que avanzaba sobre el mundo.


Paul Wolfowit, el gran consejero de los presidentes norteamericanos, había establecido ya en 1992, después de la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética, que era el momento de avanzar en una expansión global, sin límites y sin fronteras. Para eso sirvió el nunca aclarado “atentado” contra las Torres Gemelas y su extraña implosión en septiembre de 2001. Acto seguido, EE.UU. declaró la guerra infinita y anuló las soberanías nacionales en todo el mundo. En Yugoslavia ya habían probado cómo usando el arma de la desinformación, que consiste en convertir la mentira en un arma de guerra a nivel global, podían tener una impunidad absoluta. A eso, le sumaron la enorme capacidad de realizar falsos atentados, para avanzar en nombre de la lucha antiterrorista o antinarcotráfico donde quisieran.

Entonces se volcaron a Afganistán, Irak, Libia y Siria, pero en este último la resistencia heroica del gobierno de Bashar Al Asad, el pueblo y el ejército se transformaron en una pesadilla para EE.UU., Israel y los países europeos que convirtieron sus gobiernos en peones del gran proyecto de la gobernanza global. Siria pidió ayuda a la Federación Rusa y la aparición de Rusia y de China en escena cambió el eje de la noche a la mañana. Entonces, la mirada regresó hacia Nuestra América, que a pesar de estar invadida por las fundaciones de diversos nombres de la CIA y el Pentágono de EE.UU., había logrado mediante elecciones imponer una serie de gobiernos progresistas, que además rompieron el aislamiento de Cuba.

En el siglo XXI comenzó la guerra contrainsurgente que se visualizó con los golpes de Estados. Los fracasados: Venezuela 2002, Bolivia 2008, Ecuador 2010. Y los concretados: Haití 2004, Honduras 2009, Paraguay 2012. En los últimos tiempos, Estados Unidos avanzó sobre el triángulo de los tres países clave en la integración: Argentina, Brasil y Venezuela. Lograron, utilizando sectores de la Justicia que han “comprado”, controlando varios medios masivos de comunicación y mediante la corrupción, dar el golpe contra Dilma Rousseff en Brasil, en agosto de 2016. Unos meses antes, consiguieron lo que bien podría llamarse la infiltración electoral en Argentina. La injerencia brutal con la distribución de millones de dólares, por la que unificaron algunos partidos políticos en decadencia; el uso de jueces cooptados y también la alineación de los medios masivos locales, decantaron el triunfo de un gobierno en el que el presidente y sus ministros pertenecen a fundaciones norteamericanas. Es decir, un gobierno de Washington en un poder local.

Logrado esto, recrudecieron al máximo el golpismo contra Venezuela, que nunca dejó de intentarse desde 2002. Los gobiernos de Estados Unidos creyeron que con la muerte del comandante Hugo Chávez Frías, en marzo de 2013, darían fácilmente el zarpazo sobre Venezuela, que se ha transformado en una gran muralla de Nuestra América. Sin embargo, se encontraron con que el presidente Nicolás Maduro y los equipos formados por Chávez, más un pueblo concientizado y la existencia de algunos medios como Telesur y Venezolana de Televisión, lograron detener los más fuertes embates golpistas, con participación de paramilitares colombianos y tropas especiales de EE.UU. acantonadas en Colombia.

A principios de 2017, iniciaron un intento de Golpe con otras modalidades, pero que esencialmente se mantiene en los últimos meses por los falsos informes de la prensa en el exterior, que en un 95 por ciento controla Washington. La guerra económica y el desabastecimiento son brutales. Millones de dólares en alimentos, medicamentos y gasolina se escurren por la amplia frontera con Colombia. Sabotajes y asesinatos en diversos lugares del país, especialmente fronterizos. En lo que va de este año se han destruido y quemado unos 300 edificios por parte de los grupos de choque, supuestos pacíficos manifestantes que llevan cascos de un material especial, máscaras antigases y actúan con cierto orden militar, arrojando bombas incendiarias que brindan espectacularidad para la transmisión mediática. Su criminalidad quedó evidenciada en el asesinato de posibles “chavistas”, siete de los cuales fueron rociados con gasolina y quemados. La imagen de las víctimas corriendo desesperados, es mostrada, por supuesto, como si fueran crímenes de los organismos de policía y seguridad. Sin embargo, de las 109 víctimas, la mayoría era chavista y no participaba en estas acciones, y una minoría era opositora. Pero esto no es lo que se informa.

Mientras el secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, es casi el comando político y diplomático del golpe, Maduro logró sostener el llamado al diálogo en forma permanente y por eso su convocatoria a una Asamblea Constituyente para profundizar los avances sociales, que la oposición rechazó, fue apoyada por gran parte de la población. Sin embargo, eso no lo muestran los periódicos extranjeros, como ocurre en Argentina. Lo que pasa en Venezuela esencialmente es una guerra mediática que, como se dice, “le da letra” a la derecha mundial, que especialmente cuenta con el apoyo del ilegítimo presidente de Brasil, Michel Temer; de Mauricio Macri, quien intenta imponerse ante Washington como el líder del sur sin lograrlo; y por supuesto de los mandatarios de México, Colombia, Honduras, Guatemala y Paraguay, cuyos pueblos están viviendo en el terror.

La Constituyente de hoy, donde se eligieron a 545 constituyentes, se instituyó en una acción en favor de la paz. La convocatoria de Maduro a la oposición podría haber dado lugar a una salida pacífica inmediata, pero a esto se opone Washington, a quien le “conviene” la violencia y las muertes. Necesitan apoderarse de Venezuela, donde existen las mayores reservas de petróleo del mundo y otros recursos. La cercanía con ese país es vital, más aún cuando es complicada la situación en Medio Oriente. Debería anotarse como un “triunfo” de nuestra América el hecho de que los “amigos”, “asociados” o “títeres” de EE.UU. no lograron expulsar a Venezuela del Mercosur. El futuro de América Latina se juega en Venezuela, un país que fue y sigue siendo solidario con los pueblos de América, de África, con los invadidos y ocupados, con los pobres del mundo y al que debemos agradecer su dignidad y heroísmo en estas circunstancias.

Por REDH-Cuba

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