Está sentada en una de las mesas de la calle, bajo un largo toldo que las cubre a todas. Es la única cliente de la cafetería. El dueño (evidentemente es el dueño) conversa con ella. Ambos llevan puesto el nasobuco. Llego con Rocco, mi intermediario de la Asociación de Amistad Italia Cuba y mi traductor. El dueño, que conoce a la señora y sabe a qué vine, me dice: “me encanta Cuba, mi esposa y yo hemos ido ya tres veces”. Y agrega, con disgusto contenido: “han exagerado con este virus, no era para tanto”. “No exageraron amigo”, respondo sonriente. Los pequeños negocios como el suyo han sufrido grandes pérdidas con esta parálisis, y ante una apertura gradual que inicialmente no los incluía, salieron a protestar. Nos tomamos un café. La señora me obsequia la autobiografía de su padre, que es el motivo de nuestro encuentro: Luciano Manzi (1924 – 2014), fue Comandante de los famosos partisanos (guerrilleros) antifascistas del Norte de Italia, su brigada era la Garibaldi, la de los comunistas. Durante muchos años, después, fue dirigente del Partido, senador, y alcalde (1975 – 1989) de la ciudad donde se produce este encuentro: Collegno. Aunque en realidad, según mi apreciación, nunca salimos de Turín, y Collegno podría ser considerado un municipio de la capital.

Tiziana (así se llama ella), me habló largamente de su padre. No pretendo ahora transcribir sus palabras. Solo anoto la pasión en su voz, y el brillo de sus ojos. La inseparable prenda de vestir en la que se han convertido los nasobucos, ha propiciado un hecho que debe agradecerse: por fin nos miramos a los ojos, siempre, y hemos aprendido a descubrir en ellos los síntomas de la inteligencia, la sonrisa, la suspicacia, la emoción o la indiferencia. Ahora conocemos a las personas por su mirada. El guerrillero Luciano había recibido con fervor el triunfo de la “República guerrillera” en Cuba, a pocas millas de los Estados Unidos. En su autobiografía escribió: “Siempre había seguido con atención las noticias de los periódicos sobre la guerra partisana en Cuba. En ella encontré muchos de nuestros valores e ideales”. Por eso en su condición de Alcalde, propuso con insistencia, una y otra vez, que una de las Plazas de su ciudad llevase el nombre del Che Guevara. Y lo logró.

Nos trasladamos hasta allí. A pesar de que, repito, no hemos salido de Turín, el ambiente que se respira es de pueblo. El monumento al Che se compone de tres rocas traídas de las montañas que dieron refugio a los guerrilleros antifascistas: en la del medio, la primera en plantarse, aparecen los nombres de los integrantes de la guerrilla boliviana. En otra, la silueta metálica del Che, según la famosa foto de Korda. Ha tenido que ser sustituida varias veces, porque, aunque el monumento nunca ha sido vandalizado, extraños coleccionistas hurtan la figura del Guerrillero Heroico. Algunos vecinos de la zona pasean por el parque y nos observan tranquilos. Saben de qué se trata. Una madre nos saluda, mientras su hijo trepa varios metros en un árbol frondoso del parque. Posa para mi cámara desde lo alto. Todos llevan nasobuco. Nos adentramos también en el parque; dos áreas de juegos infantiles llevan nombres entrañables para los cubanos: Melba Hernández y Celia Sánchez.

Dos carteles lo anuncian. Pero los “aparatos” de juego están “entizados”, para que no puedan usarse durante la pandemia. Otro cartel anuncia el hermanamiento de las ciudades de Collegno y de Matanzas. Tiziana insiste, quiere que los salvadores de vidas, los brigadistas cubanos, visiten la Plaza. Nos comprometemos a apoyar la idea, cuando sea posible. Nos despedimos con la sensación de que, más allá de esa idiosincrasia expansiva y extrovertida de italianos y cubanos –dicen que los norteños son menos extrovertidos que los sureños de Italia, aunque la población de esta capital es mayoritariamente sureña, son o fueron los obreros que la hicieron crecer–, existen otras semejanzas históricas que apenas empezamos a conocer. La Brigada Médica cubana está sembrando otra razón para la hermandad.

Por REDH-Cuba

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