Le dijeron que no era posible lanzarse a la guerra hasta terminar la zafra azucarera 1868-1869 para allegar dinero y preparar un mínimo de condiciones; que el desespero no conducía a nada y nadie compartía una resolución tan violenta. Se trataba de desafiar a un ejército que, entre tropas regulares, Guardia Civil, el Cuerpo de Voluntarios y milicias disponía de 78 000 hombres sobre las armas bien equipados.

¿Desespero? Tenía 49 años de edad y pasaron veinte desde la primera vez que discutieron sobre levantarse y el compás de espera se agotaba. No debían dar oportunidad a las autoridades coloniales de abortar el plan, como tantas veces ocurrió.

Dos décadas de revolución cultural antes de tomar las armas, para que no se tratara del grito de una banda de facinerosos sino de una vanguardia capaz de asumir el compromiso de construir la patria junto a un pueblo que aguardaba por la señal; nadie como él sintió su latido.

Le preguntaron con qué armas contaban: Ellos las tienen, respondió. Le faltaba el don de la oratoria, esa capacidad de hechizar tan necesaria a los fundadores de pueblos y no pudo contenerse. No entendía de razones.

Le exasperaba imaginar un año más a los pies de España: “Si no me hallara tan seguro del triunfo, no me arrojaría a comprometer el destino, el provenir y las esperanzas de mi patria. A un pueblo desesperado no se pregunta con qué pelea. Estamos decididos a pelear y pelearemos, aunque sea con las manos, espetó sin miramientos”.

Y reunió en el Demajagua a más de 500 hombres con solo 36 armas de fuego (escopetas deterioradas, trabucos y revólveres), machetes y lanzas preparadas con machetes afilados puestos en astas de yayas. Lo creyeron suficiente…

Sobre las 10:00 a. m. la campana del central llamó a formación: era el sábado 10 de octubre de 1868. Bajo un sol radiante, pronunció las más definitorias palabras; los corazones vibraron mientras exponía la doctrina que los llevaba a ensillar los caballos:

“Demandamos la religiosa observancia de los derechos imprescriptibles del hombre, constituyéndonos en nación independiente, porque así cumple a la grandeza de nuestros futuros destinos y porque estamos seguros de que bajo el cetro de España nunca gozaremos del franco ejercicio de nuestros derechos”.

Acto seguido llamó a sus 53 esclavos a filas, proclamó su libertad y los convocó a combatir a su lado como compañeros. Todos dieron el paso al frente para integrar la compañía de zapadores del Ejército Libertador. En fracción de segundos, aquel pensador culto se constituyó en símbolo de revolucionario y su figura creció hasta alcanzar la talla de Padre de la Patria. 

Por REDH-Cuba

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